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Las poblaciones más felices del mundo valoran más la salud que el dinero

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Desde hace algunos años, gobiernos y organizaciones internacionales comenzaron a ver más allá del Producto Bruto Interno (PBI) para medir el progreso de los países.

Es probable que la razón sea que en las naciones ricas se observa que el mayor crecimiento económico no siempre implica una población más satisfecha con su vida. En otros casos, se trata de aproximaciones más espirituales desde budismo.

Así surgieron nuevos índices como la Felicidad Nacional Bruta, el Índice Mundial de Felicidad o el Índice para una Mejor Vida. Estos indicadores buscan “medir” la felicidad de las poblaciones del mundo.

Sin embargo, se trata de un sentimiento muy personas y muy difícil de mensurar. El bioquímico y monje budista Matthieu Ricard acercó una definición: “La felicidad es una profunda sensación de florecimiento, no un mero sentimiento placentero o una emoción fugaz, sino un estado óptimo del ser”.

Los índices preguntan a las personas qué tan felices son y luego tratan de asociarlo a aspectos más materiales. En el centro de esas variables aparece la salud y un mejor balance entre el trabajo y el ocio.

Dinero y felicidad: la paradoja de Easterlin

Aunque ahora está en la agenda política y diplomática, la economía de la felicidad se viene debatiendo desde hace décadas. “Su origen podría situarse en el trabajo pionero de Richard Easterlin de 1974. Hace 10 años la publicación del Informe Mundial de la Felicidad con respaldo de la ONU ayudó a la difusión de la metodología”, explica Leonardo Caravaggio, analista económico y profesor del Instituto Tecnológico de Buenos Aires.

En la década de 1970, el investigador estadounidense cuestionó la idea de que mientras más rico es una persona, también es más feliz. Sostiene que la idea de que el dinero hace a la felicidad tiene un límite. Solo es válido entre las personas que no tienen cubiertas las necesidades básicas, entre ellas, el derecho a tener acceso a infraestructura de salud.

En el corto plazo la felicidad y los ingresos van de la mano, pero a largo plazo no existe tal relación incluso en los países en desarrollo, concluye uno de sus trabajos.

¿Cuánto influye la salud de las personas en su felicidad?

Una encuesta global de Ipsos detectó que en 2021 para el 54% de las personas la principal fuente de felicidad es su salud y bienestar físico y mental.

Las condiciones de vida (agua, comida, vivienda) y la seguridad personal se ubican en el segundo y tercer lugar. Tener más dinero ocupa el décimo lugar.

“En general se observa que las personas asocian la felicidad a sus ingresos, su salud y su familia. El nivel de ingresos importa, pero el aumento de los ingresos no siempre mejora la felicidad. La salud es importante para determinar la felicidad, pero también la felicidad ayuda a conservar la salud”, comenta Caravaggio.

Bután: población más feliz

Bután es un pequeño país de Asia estrechamente ligado al budismo. Desde hace algunos años promueve su indicador de Felicidad Nacional Bruta (FNB). Figura como una meta a lograr en la constitución del país, que también posee un Ministerio de la Felicidad.

Bután incorpora un concepto holístico de salud, porque no solo tiene en cuenta aspectos físicos y mentales, sino también espirituales. La única forma de medir eso es de manera subjetiva.

Pero también incluye otras variables indirectamente vinculadas a la salud como el uso del tiempo. “Plantean que un ser humano debería ser capaz de dividir el tiempo en tres tercios: ocho horas para dormir, ocho para trabajar y ocho para compartir con la familia, amigos y hacer acciones altruistas”, explica Wenceslao Unanue, profesor chileno experto en economía de la felicidad.

Índice de Felicidad de la ONU

El Índice Mundial de Felicidad de la ONU se centra en una sola pregunta que se le realiza a los encuestados para que califiquen su nivel de felicidad del 0 al 10.

Pero luego, un equipo interdisciplinario intenta explicar las variaciones en los niveles de felicidad de cada país en relación con seis variables más objetivas: PBI per cápita, apoyo social, esperanza de vida saludable, libertad, generosidad y corrupción.

En este caso, la referencia de salud es «la esperanza de vida saludable», esto es, la cantidad de años que una persona vive sana. El promedio mundial es de 63,7 años. En Argentina es de 67,1 años. Aún así Argentina figura 58º en ese ranking. Mientras que Brasil, con 65,4 años de esperanza de vida saludable, ocupa el puesto 38 en el Índice de Felicidad, que está liderado por Finlandia.

Este es el ranking de países de América latina en el Índice de Felicidad, liderado por Costa Rica que figura 23º en el global:

Un índice más objetivo para medir la felicidad

El Índice para una Mejor Vida de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (Ocde) es una forma más objetiva de medir la felicidad. Incluye 11 temas: vivienda, ingresos, empleo, comunidad, educación, salud, ambiente, compromiso cívico, satisfacción y balance vida-trabajo.

En este caso, la salud se evalúa con la esperanza de vida del país (dato objetivo) y un autorreporte de las personas sobre su salud. A pesar del carácter subjetivo de este último punto, según la Ocde, funciona como buen indicador del uso que en el futuro hará la persona de los servicios de atención a la salud.

En los países de la Ocde, cerca del 68% de la población adulta dice que su salud es “buena” o “muy buena”. Y la salud figura como principal fuente de felicidad de las personas.

Felicidad para gobernar

Para Caravaggio, estos indicadores incorporan información sobre el bienestar de la población que podría perderse si solo se mira el PBI. “¿De qué le sirve a un país tener altos ingresos, si su población no está feliz? Medir el grado de satisfacción con la vida de las personas, o su felicidad, podría apuntar a un objetivo más valioso que el indicador de ingresos”, afirma.

Sin embargo, advierte que no tiene sentido mirar solo la felicidad. “Las personas podrían reconocerse como felices, sin advertir problemas sociales o personales. El reporte subjetivo de bienestar es una condición necesaria pero no suficiente”, explica.

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