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El chef que se quedó ciego y ahora cocina para los más necesitados

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Javier Molina perdió la vista hace una década, pero nada detuvo su pasión por ayudar: recibe donaciones de sus vecinos y cocina para los más necesitados 

Javier Molina es un cocinero de 48 años que perdió la visión hace diez, pero eso no frenó ninguna de sus pasiones: cada día cocina para 300 personas en su casa de Montegrande y le brinda un plato de comida a los más necesitados.

Está casado y tiene ocho hijos: su esposa, a quien llama “La leona”, es madre de seis y juntos tuvieron dos niños más. Así se constituye esta numerosa familia ensamblada que conmueve a todos con sus ganas de ayudar.

En estos tiempos de pandemia de coronavirus decidió aportar su granito de arena con sus gigantescos guisos y otras especialidades para sus muchos comensales. “A mí me gusta estar al frente de la batalla, y con todo lo que está pasando no podía quedarme de brazos cruzados. Dios me habrá sacado la vista, pero todavía me quedan dos brazos y dos piernas”, cuenta.

El cocinero sufre de retinosis pigmentaria , una enfermedad hereditaria que causa la pérdida paulatina de la visión. “Un día le pusieron nombre a lo que tengo y supe por qué no puedo ver. Es lo mismo que tuvieron Jorge Luis Borges y Stevie Wonder “, relata. A su vez, recalca que no fue un camino fácil, pero después de una década como no vidente encontró el camino hacia la resiliencia. Actualmente trabaja como carpintero durante el día, y por la noche hace su labor social.

Molina junto a dos de sus amigos, quienes lo ayudan todos los días a preparar más de 300 porciones de comida

Manos a la obra

Durante 25 años tuvo su propio restaurante, pero cuando perdió definitivamente la visión decidió venderlo y empezar de cero. Nadie creía que iba a poder trabajar como carpintero: “Tengo un ayudante que maneja ciertas máquinas, pero yo hago todo lo demás”, y mucho menos que no abandonaría su amor por la gastronomía. “Todos se asombran de que siga cocinando, pero para mí es algo normal, hago lo que amo”, expresa.

Los hechos lo demuestran: nada lo frena, tal como lo cuenta él, vive “a mil”. Ni bien llega a su casa después de su día laboral en la carpintería comienza su odisea solidaria. Entre ollas enormes, una mesa cargada de verduras para picar, y un entusiasmo que invade todo su hogar, empiezan a dividirse las tareas: “Tengo un hermano en España que hace lo mismo allá, y él me dio la idea de cómo organizarme para cocinar a una escala tan masiva”.

Javier Molina: “Dios me habrá sacado la vista, pero me puso los ojos en las manos y me regaló la creatividad para hacer arte”

“El 1% de la población tiene más riqueza que todo el resto y esa ecuación a mí me vuelve loco. Sé que dar comida no es la solución, pero hay que empezar por algo. Llenar el estómago. Y después hay millones de cosas por hacer, como dar educación por ejemplo”, sentencia Molina.

Desde que la rueda solidaria empezó a girar, sueña en grande con cumplir otro de sus anhelos más preciados: “Me encantaría tener una escuela para dar clases de oficios, enseñar a restaurar muebles, a cocinar y también darle un lugar al arte”. Lo cierto es que su pasión más grande es “crear”, ya sea en el plano gastronómico o en el mundo artístico: todo lo que fluya desde su interior, lo expresa con sus manos. Así hizo muchas esculturas durante estos últimos años: “‘El Barba’ me quitó la vista pero me me dio un montón más. Veo a través del arte, y ayudo a la gente en todo lo que puedo”.

Molina junto a una de sus hijas algunos años atrás, haciendo una escultura de arcilla

Molina se muestra esperanzado y desparrama su carisma en cada frase: “Ayer hicimos la cuenta con mi señora y en estos días ya le dimos de comer a 3000 personas y eso es muchísimo”. A su vez, no deja de agradecerle a todos los que se están sumando para ayudarlo: “Me hablaron dos personas más para cocinar los domingos y estoy re contento; también se acercó una persona del Rotary Club y me regaló 700 turrones”. Y agrega conmovido: “O sea que le voy a poder dar postre a la gente ahora y algo de dulzura nunca viene mal”.

Sobre el final de la charla, Molina hace un llamado a la acción: “Si sos apasionado en lo que hacés todo se vuelve más fácil, y por eso si todos ayudáramos de corazón a los que más necesitan se equilibraría un poco la balanza”. Y cierra con un claro mensaje: “Si alguien tiene techo, agua caliente y qué comer, ya es un afortunado. Yo siento que lo tengo todo. No tengo motivo para quejarme”.

Todo aquél que quiera colaborar con Javier Molina, donando alimentos o sumándose como voluntarios, puede comunicarse al 11-5506-6325.

Fuente: Diario La Nación

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